CANTOS NEMOROSOS 

 

            Multitud de espejos en dos lanzas verticales cantan al soñador suaves melodías del bosque. Aun en medio de la era de ordenadores, edificios de cristal y acero y trenes aerodinámicos, el encanto primitivo de la brisa meciendo ramas de árboles, susurrando la ancestral armonía siempre vigente, me embarga el alma en un dulce sentimiento.

            No es hora de pensar, de analizar, sino de gozar pura y simplemente. El fresco viento del Septentrión ha limpiado el cielo de polvo y de nubes y actúa como arpista pulsando las delicadas cuerdas de álamos y chopos. Los pinos, cipreses y castaños contemplan serenos aunque complacientes la original composición acústica.

            Todo eso en un pequeño rincón de la gran urbe. ¿Cómo sería en un gran bosque de centenares de kilómetros? ¿Sin ningún signo de civilización  la vista? El hombre no escucharía esa canción que siglos más tarde tanto emociona. Sí, también entonces el Noto, el Céfiro, el  Ábrego y demás vientos sonarían igual sólo que la agresiva naturaleza impondría su pavor. Ahora, domesticada, me regala con sus más preciadas joyas y me permite pasear sin miedo a fieras salvajes e incluso  a la molestia de nubes de mosquitos.